El paraje bautizado como El Sordo, ubicado en la finca El Carrizo, es uno de los tesoros de la familia Fernández, actuales legatarios de un dominio vitinicultor con origen a finales del siglo diecinueve, cuando los bisabuelos de los actuales propietarios decidieron comenzar a prestigiar su labor en viñas y bodega. El paraje fue plantado con viñas entre los años 1929 y 1930 y se asienta en un terreno de composición arcillo calcárea, con presencia pedregosa. La garnacha que da luz este vino es en Portainjerto Rupestris Lot, lo cual y para novicios, quiere decir la parte de la planta, sobre la que va injertada la variedad a cultivar y tiene su origen en Francia en el año 1879. Su función reside en un doble planteamiento, por un lado evitar plagas que pueden dañar a la vid como la filoxera y por el otro, lograr una mejor adaptación a las características específicas del suelo. El portainjerto en suma es la planta en donde se realiza el injerto. Es vigoroso, además de facilitar un mejor control del ciclo vegetativo, además de realzar la acidez del mosto, además de ser muy resistente a una posible que no deseable filoxera radicícola. Tras la vendimia, con la fruta madre ya en bodega, se procede con una selección de grano, un despalillado y un inicio de la fermentación, que tiene lugar en tinajas. Tras una quincena durante la que se realizan bazuqueos diarios y un posterior descube, realiza la maloláctica en tinaja de barro, hasta el momento del trasegado. Un bocoy y una barrica de madera de roble de Borgoña le sirven de maduración final durante un periodo de un año. Terminará de afinar en botella antes de salir al mercado. Tras el descorche durante una comida familiar en un pueblo de la provincia de Palencia, y el primer servicio en copa, exhibe una buena cromática limpia y brillante, aportando en la cercanía nostalgias aromáticas de fruta roja y negra en sazón, con una sugerente mueca varietal que apunta a piel de naranja, huidiza pero presente, flores en segundo plano de evocación, final torrefacto en el perfume. La entrada y el paso por boca es equilibrado, con sutileza y buena línea de acidez, los taninos golosos y maduros y una sensación de estupenda persistencia. La fruta siempre notoria por delante de las influencias del roble. Un vino cargado de identidad, testimonial, bisnieto y un homenaje sincero al pasado de una familia de Rioja desde el mimo y el cariño del presente. Me encanta esta garnacha de Villarrica.
Puntos El Alma del Vino : 17’50/20.
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