El romanticismo y el universo de la cultura vitivinícola suelen tener puntos en común. Tal vez el caso de Rufino Lecea Blanco, que según me cuentan tiene base de filosofía y que podría enclavar con atrevimiento pero también con absoluto respeto en el concepto del pacto primero, entendido como la unión original entre el ser humano y la totalidad en la que reside, más en concreto una unidad esencial entre el espíritu del ser humano y la naturaleza. Nosotros y el viñedo y su entorno de biodiversidad, nosotros y el respeto incondicional al medio natural. Un viñedo singular afianzado en cepas viejas y asentado en suelos de composición arcillo calcárea que Rufino Lecea cuida con el parámetro de la leyenda real de Rioja, siguiendo la tradición de esos que algunos denominan vinos de pueblo. Un monovarietal de la casta Tempranillo cuya fruta madre es seleccionada en el campo, para tras su cosecha, proceder con una elaboración que incluye despalillado y encubado, utilizando prensa manual y una posterior fermentación y una maceración, durante las que se llevan a buen término remontados y bazuqueos. Tras la maloláctica, el vino se traslada a barrica de roble francés nueva, continente en el que permanece durante un período de veinticuatro meses, antes del embotellado. El vino muestra un cromatismo limpio y brillante, intenso, picota oscuro y digno de lo que en el idioma de los catadores internacionales provoca la Blue Smile, nariz que recoge memorias de fruta roja y negra maduras, tofé, balsámicos y hierbas aromáticas, finalizando con especiados. Boca que arranca con expresión muy sabrosa, largo en su recorrido, media fluidez y taninos golosos, maduros. Muy agradecido en su persistencia. La fruta manda, equilibrio y volumen. Una estupenda añada, esta del 2019, que habla de suavidad pero también de identidad e intensidad. Magnífico.
Puntos El Alma del Vino : 17’75/20.
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