Catado en el año 2018, en Haro.
La Maison Boizel corresponde a seis generaciones de la misma familia afincadas en Epernay, allá donde el champaña es religión. Desde el lejano año 1834 con seis hectáreas de viñedo en propiedad y adquiriendo uvas a viticultores de otras sesenta hectáreas, en el presente están representados en el mercado con una cantidad aproximada de quinientas mil botellas, fruto de un trabajo serio y bien programado. En su filosofía el tiempo es primordial, dejando un mínimo de tres años para los vinos de ensamblaje y entre siete y quince para los millésimes. No es menos importante la relevancia de los vins clair, vinos base que se utilizan para componer la hermosa sinfonía de cuvées.
Y para una tradición familiar que surge del conocimiento a través de la experiencia compartida, tiene vital trascendencia la zona elegida, el viñedo en concreto, así en Boizel eligen con criterio sus uvas de chardonnay en Côte des Blancs, la pinot noir en Montagne de Reims y la pinot meunier en el Valle del Marne. Bajas cuotas de licor de expedición que se contrarrestan con los largos periodos de maduración. Nada queda al azar en esta bodega histórica.
La referencia que hoy comento en el blog, un blanc de blancs que honra la variedad chardonnay, se elabora con un porcentaje de vinos de reserva del cuarenta por ciento, ocho gramos de azúcar por litro y cuatro años de permanencia con lías en botella antes de proceder con el degüelle.
Tras el descorche y servicio en copa amanece un cromatismo amarillo intenso y brillante, con pajizas tonalidades que incorporan en una pausada observación algunos reflejos dorados. Buen despliegue de burbuja fina y regular, mantenida durante su cata y degustación. La nariz recoge en su aproximación a copa, recuerdos de limón y manzana, con un segundo escalón floral, algunas notas de melosidad que conducen hasta un epílogo de almendra tostada y pastelería.
Entra en boca suave, con notable longitud, fresco y medio graso en un paso untuoso y fino. Bien integrada la burbuja, llena la boca y acredita un buen potencial vínico. Equilibrio entre acidez, cremosidad y golosas sensaciones. Amplio. En la fase retronasal habla de evocaciones cítricas, suavidad confitada, manzana y melosidad, bergamota y acacia, lejanos anisados y redondeando, frutos secos y gâteaux. La delicada esencia de la chardonnay, de la maduración correcta y de una familia emparentada de modo directo con las glorias del champagne.
Puntos El Alma del Vino : 17’50/20.
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