Revisión de botellas olvidadas con premeditación y alevosía en el refugio anti arrebato y descorche de este vino blanco dulce de Jorge Ordóñez, un monovarietal de la casta Moscatel de Alejandría, tan reconocido y habitual entre los catadores y degustadores que pretendemos compartir con nuestros sentidos, unos instantes de excepcionalidad y expresión de natural dulzor, alejados de tanta pesadez azucarada presente últimamente en el mercado. Desde la Axarquía malagueña, con fruta madre procedente de los viñedos de montaña El Salto Negro y El Barranco, fecha de plantación que data de 1918 y 1930 y suelos dispuestos en pendiente y compuestos por pizarra y cuarzo blanco, llega un vino que en su proceso de constitución avala una vendimia tardía, selección y prensa, secado natural mediante el viento ligero marino y fermentación en continentes de acero inoxidable, usando levaduras indígenas. Antes de embotellar permanece en contacto con lías durante un periodo de ocho meses. Edición de añada 2015 que plantea una cromática bella, brillante, dorada, melada, áurea con insinuaciones leves anaranjadas y ambarinas. Limpieza y luminosidad. La buena conservación de la botella, de la que doy fe, influye en una aromática escultural, jaleas cítricas, confite de naranja, nostalgias de panal, muy fina compota, algún tic de frutos secos, almíbares, flor de jazmín, pan de yema. Maravilloso en complejidad del perfume, de esos vinos para catar acompañado de folio y lapicero. La boca entra con limpieza, equilibrio, manantial, glicérico recorrido, envolvente, el azúcar residual tiene una bendita integración en el conjunto y la traza de acidez se muestra muy convincente, aporta óptima estabilidad. Muy buena clave de persistencia, con la retronasal añadiendo un registro de personalidad salina. Un vino icónico en una edición de cosecha espectacular. Necesario.
Puntos El Alma del Vino: 18’50/20.
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