Una Garnacha mediterránea, cálida, tamizada con criterio, más efectiva que efectista, pincelada desde el interior de la copa con rústica personalidad, identitaria eso sí, que se expresa con la sensación no ignorada de viñedo de cierta altitud. René Barbier Meyer al frente del vino, con labores enológicas fundamentadas en una fermentación del mosto en depósitos de cemento enterrados y una maduración de ocho meses en idénticos continentes. La fruta proviene de viñas de entre treinta y setenta años de antigüedad asentadas en suelos de arcilla. Tras el descorche y servicio en copa, muestra un cromatismo rojo grana, limpio, brillante. Insinuaciones rubídeas. Nariz que registra memorias de fruta roja en sazón, balsámicos, guiños de terrosidad. Gesto cítrico, ralladura de piel de naranja. La boca abre muy fina en expresión, media acidez, frescura y también esbelta calidez. Taninos muy suaves y maduros, media alta persistencia. Fluidez. Declaración de intenciones, una Garnacha de La Figuera que en la retronasal alza una organoléptica vinculada a cierto matiz de influyente condición telúrica. Añada con carácter.
Puntos El Alma del Vino: 17/20.
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