Cepas falsas. Así las definía el padre de Eduardo Monge. Una franja de viñas de la casta Tempranillo, que no producen fruto todos los años y que asentadas en suelos de composición arcillo calcárea se sitúan, traviesas, en una finca denominada Valseca. Una historia que para algunos iluminados podría tener encaje en lo sobrenatural y que para otros solo indica lo maravillosa que puede llegar a ser la fuerza de la Naturaleza, incidencia telúrica. Monge lo explica bien. A veces, los racimos no ligan y se caen al suelo. En los años en los que ligan, son de muy alta calidad, presentándose pequeños, con el grano mediano y muy concentrados. Tinta china, añade el vitivinicultor sonserrano. El y su esposa Lorena Garbati Fernandez tienen el coraje de quienes buscan sacudir de polvo a la denominación de origen Rioja, respetuosos con el pasado, imbricados en el presente e intuyendo el futuro. La etiqueta del vino es una creación del pintor José Jose Uriszar Leiva, un laberinto que nada tiene que envidiar a sus análogos de Creta, Hampton Court y Hemet. Vinificación convencional incluyendo un tiempo de maduración de entre catorce y dieciséis meses en barricas de madera de roble francés. La edición de añada 2021 se muestra rotunda, estética visual rojo picota, limpio y brillante, reflejos púrpura, lágrima densa. Nariz que recibe en la proximidad a copa, nostalgias de fruta roja en sazón, siropes, kirsch, con sensación balsámica en el centro de la fragancia, almendra tostada y un tiento sutil que recuerda a salmuera, ámbar gris. La boca es potente, arranca con seña de ducha de fruta, pulposo, con un lineal de acidez equilibrado, la estructura argumenta en modo óptimo, sustancioso, con una estupenda nota de alcance y llegada. Tanino goloso, fundente, amable. Se expresa con claridad meridiona y con sello de fruta y mineralidad. Luminoso, enérgico. Una gran añada para un vino sonserrano que provoca una sabrosa salivación, gota a gota.
Puntos El Alma del Vino: 18’50/20.
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