No soy catador apasionado de vinos edificados en base a la varietal Sauvignon Blanc. Esto es, respetando esta tipicidad, no la considero, desde el respeto, una de mis predilectas. De hecho es de esas que prefiero en conjunción con otras, a un concepto monovarietal. Bodegas Inurrieta y el enólogo Jabier Marquinez Villarreal plantean en el mercado esta referencia, cuidada en las formas, con una aromática poco protagonista, paso por boca y paladar más intencionado. No hay sensación de artificios y es que conociendo la andadura de su padre espiritual, eso sería más que imposible. Pero si de matizar la varietal tanto como para que no resulte empalagosa, espesa, difícil de digerir. Es efectiva y no efectista la labor de removido de lías durante un periodo de entre tres y cuatro meses, tras finalizar la fermentación alcohólica. El cromatismo se erige en copa parada con limpieza y brillo, amarillo pajizo con retornos visuales glaucos muy ligeros, en la cercanía aromática recojo memorias de fruta cítrica, guiño tropical y un fondo de fragancia floral y herbal, con gesto balsámico. Es el paso en boca lo que más me motiva, largo, envolvente, recorrido con media nota glicérica, buena racha de profundidad, persistente y mostrando nervio. La fase retronasal relata evocaciones de limón, lichis, piña, brezo y salvia, hierba fresca y piel verde de nuez.
Una poco amanerada versión de la Sauvignon Blanc, lo cual, sin duda, es de agradecer.
Puntos El Alma del Vino: 16’75/20.
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