Hay lugares, zonas y espacios concretos de la geografía que transmiten un magnetismo especial. Supongo que es algo normal y que la mayor parte de la gente que lea estas líneas sabrá a qué me refiero. Puede deberse a razones subjetivas, nada empíricas. Lo cierto es que cuando se pisa la tierra de esas localizaciones, da la sensación como si lo telúrico invadiera el escenario y a veces incluso el subconsciente te llevase a identificar algo especial en lo que te rodea. En lo que a mi respecta uno de esos lugares es Peciña, un pequeño pueblo de la denominación de origen Rioja que pertenece al municipio de San Vicente de la Sonsierra y que en sus inmediaciones cuenta con un templo, la ermita de Santa María de La Piscina, que suelo visitar desde hace muchos años y que me traslada sensaciones muy especiales. Cartularios enigmáticos escritos en latín que según cuentan las crónicas fueron descubiertos por el Padre Risco, un religioso agustino historiador nacido en la localidad de Haro en 1735, en el interior de la ermita, necrópolis y copia de la piscina probática del Templo de Jerusalén en su exterior, además de cercana presencia del Dolmen de la Cascaja descubierto en 1954 por Domingo Fernández de Medrano. Si a ello sumamos la escolta próxima de la Sierra Cantabria y el monte Toloño, zona en la que la vegetación de sabinas, enebro, brecinas y coscojas es dominante y en muchos casos rutilante, el círculo se redondea. No piensen que me alejo del asunto que me ocupa en esta reflexión, porque este vino de Baigorri surge del cuidado de viñas presentes en el área de Peciña, a los pies de la venerada y muy telúrica Sierra Cantabria. Un lugar singular para dar luz a un vino con personalidad y carácter. De esos que cuando se plantan en el interior de la copa envían señales de singularidad. La sabrosa sensación de la ducha de fruta en boca y paladar, con la tempranillo de Rioja como estandarte. Así definiría de entrada este vino de Bodegas Baigorri que se ha cruzado en mi camino de un modo espontáneo, surgido de una casualidad en pleno deambular por la geografía española. No viene al caso perderme en detalles. La edición de vendimia 2020 de este Finca La Canoca se elaboró con fruta madre desplegada en ciclo vegetativo de viñas localizadas en una extensión de terreno de composición arcillo calcárea y expuestas a una orientación cardinal norte sur. Con la protección de la Sierra de Toloño y acreditando una antigüedad en las viñas que data de una fecha de plantación en el año mil novecientos sesenta, se elabora un vino tinto expresivo, mediando despalillado y estrujado en prensa vertical y una fermentación alcohólica bajo control de temperatura que se lleva a buen término en tinos de madera. Maduración de entre ocho y doce meses en barricas de madera de roble francés. En copa parada muestra un cromatismo rojo picota de notable intensidad, brillo y limpieza, marcando en la cercanía aromática nostalgias de arándanos, moras y fresas de mata, balsámicos en el eje del perfume, apuntes de hierbas silvestres, hoja de tabaco y tinta china. Memorias en plenitud que apuntalan la fruta en primer plano por delante de las influencias de la madera de roble que sirve de continente en la maduración. Arranque profundo, con señas sedosas, paso largo y con buena línea de acidez, despliega frescura y unos taninos maduros y algo marcados imprimiendo carácter y personalidad. Media alta persistencia, franco y expresando una identidad abrumadora. Estupenda labor del enólogo de Baigorri, Simón Arina, alguien que sabe de vitivinicultura por legado familiar y que siempre ha defendido que en el aprendizaje las coordenadas son la búsqueda de la sutilidad y la integración entre vino y barrica, fruta y madera. Debo decir que La Canoca en la edición de cosecha 2020 cumple con creces con tales coordenadas. Dieciocho puntos sobre veinte posibles para un vino que sintetiza la virtud del valor que tienen el suelo, la orientación y la influencia climatológica del lugar donde las viñas que aportan la fruta con la que se elabora el vino cumplen su preceptivo ciclo vegetativo. Es lo que distingue la excepcionalidad de lo convencional. Como escribió la novelista francesa Frédérique Audoin-Rouzeau, mejor conocida como Fred Vargas, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2018, en su obra Que se levanten los muertos (1995) : La búsqueda de lo excepcional obliga a plantearse que lo esencial normalmente está oculto. Lo que se ve, lo que se percibe en este vino es la fuerza de la tempranillo y un trabajo serio y sin celofán.
Puntos El Alma del Vino: 18/20.
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